Post coitum omne animal triste. -Anónimo, latín postclásico

Tuesday, February 14, 2006

Cervantes, nuestro contemporáneo

La primera novela que se escribió
sobre la adicción es
El Quijote.
—Susan Sontag


Este año se cumplen cuatrocientos años desde que salió de la imprenta el primer ejemplar de la primera parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Miguel de Cervantes escribió el primer tomo a lo largo del año en que cumplía 57, en 1605, y no podía imaginar entonces que con esa obra estaba inventando la novela moderna. El dato no es ocioso si se piensa en la cantidad de hispanoparlantes que suponen inferior el español frente al inglés y recrean ahora una especie híbrida de español estadounidense, sobre todo en la estructura de la frase y el uso de expresiones coloquiales.
Al fundir la narración histórica y los diálogos del teatro, Cervantes inventa en nuestra lengua y en la historia (en 1605) la novela propiamente dicha que no es nada argumental -dice Javier Marías—, sino más bien errátil y divagatoria, muy libre en su dispersión, su divagación y su errancia.
A los 68 años, diez después del primer tomo y en 1615, Cervantes escribió y publicó la segunda y última parte del gran clásico, cuando los conquistadores españoles ya tenían 95 años en la Nueva España (Cervantes nace en 1547 y es contemporáneo de Hernán Cortés). Y es tal la libertad de su inventiva que se permitió todo género de digresiones y de "novelas dentro de la novela". Por eso no ha sido gratuita la aseveración de los historiadores de la literatura que sostienen que en el Quijote están ya todos los "hallazgos" que ha experimentado la novela contemporánea, en el siglo XX, con las obras de Marcel Proust, James Joyce, Virgina Woolf, William Faulkner, y otros.
Todo está en el Quijote sabiéndolo leer.
No tenemos idea los mexicanos de la cantidad de frases que usamos todos los días y que provienen del Quijote.
Dichos, refranes, frases acuñadas, maldiciones y parabienes, exclamaciones, insultos y baldones por ejemplo. "A enemigo que huye, puente de plata", por ejemplo.
No las pongo entre comillas porque las siguientes frases nos pertenecen a todos:
Al buen entendedor, pocas palabras.
A Dios rogando y con el mazo dando.
Andome yo caliente y ríase la gente.
Cuando a Roma fueres, haz lo que vieres.
De la abundancia del corazón habla la lengua.
Donde las dan las toman.
La ocasión la pintan calva.
Quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija.
Más vale pájaro en mano que buitre volando.
Hoy por ti y mañana por mí.
Una golondrina no hace verano.
No es todo oro lo que reluce.
Un mal llama a otro.
Tanto vales cuanto tienes.
Ojos que no ven, corazón que no quiebra.
No se ha de mentar la soga en casa del ahorcado.


Por lo demás, ha habido del Quijote ediciones abreviadas o resumidas por escritores tan autorizados como el venezolano Arturo Uslar-Pietri (el de Las lanzas coloradas) y el español Ramón Gómez de las Serna (el de las Greguerías). Porque el Quijote no es difícil de resumir: basta quitarle muchas de sus digresiones y de sus cuentos intercalados en la historia general o las "novelas dentro de la novela". Podemos leerlo siguiendo sólo las andanzas de don Quijote y Sancho, pero como decíamos antes, ya esos circunloquios narrativos —eso de irse el narrador por un rato y hacia otro lado y luego volver— es uno de los antecedentes de la novela moderna (y, por extensión, del lenguaje cinematográfico que ya tienen en la mente los espectadores).
Entre más crece uno más le gusta el Quijote, acaso porque la novela es un arte de viejos. No es el mismo el Quijote a los 23 años que el que leemos con ojos de 63 años, ojos que ven menos bien pero que ven y leen más.


Alonso Quijano –el personaje que era adicto a las novelas de caballería y se pone a representar a otro personaje, al Amadís de Gaula, fingiéndose loco— apenas frisaba los 50 años. Sin embargo, es difícil creer en la “locura” de un caballero de discurso tan coherente y de tanta sabiduría.
¿Realmente estaba loco don Quijote? Tal vez lo estaba en la concepción que de la locura tenían hacia 1605 en España, pero no en la que nos ha definido la experiencia psiquiátrica del siglo XX. No hay en don Alonso Quijano (la criatura) y don Quijote (el personaje) un desdoblamiento radical. Don Alonso no rompe con la dimensión de lo real como los psicóticos. Siempre se mantiene en contacto con la realidad y Sancho es su cable a tierra. Se diría más bien que don Alonso Quijano está jugando a ser otro, el caballero andante, y que finge la locura como el Enrique IV de Luigi Pirandello. Se hace pasar por loco porque se está entregando a la fantasía que anhelan todos los hombres y por el deseo de vivir otras vidas. Alonso Quijano no le tiene miedo a la imaginación ni a la "loca de la casa", la fantasía, al contrario: se encomienda a ella porque está consciente de que vivimos en el reino de la subjetividad. Cada quien ve en este mundo (sobre todo en la política) la película que le conviene.
Roger Bartra, nuestro melancolicólogo más notable, dice que el Quijote es un personaje melancólico. “Su melancolía sería la causa tanto de su locura como de su salud. Don Quijote hace una imitación, y no un elogio, de la locura.” Así como en el cristianismo se procura la imitación de Cristo, don Alonso imita al Amadis de Gaula. "Viva la memoria de Amadís”, exclama, “y sea imitado de don Quijote de la Mancha en todo lo que pudiere". Bartra siente que en don Quijote ocurrió una verdadera mutación, casi en el sentido biológico del término. No es fácil explicarlo porque su melancolía está inscrita en un simulacro ritual. “No se sabe si el simulacro de la melancolía quijotesca expresa una tristeza real o es meramente una invención ingeniosa.”
Un ejemplo de que Cervantes como autor y narrador del Quijote se mueve en varios planos de la realidad es el que se pone en los primeros capítulos de la segunda parte: el personaje Alonso Quijano vestido de don Quijote habla de un escritor Miguel de Cervantes que ha escrito una obra titulada El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Y la discute con Sancho y ambos acusan también recibo del Quijote de Avellaneda, el anónimo autor al que se le ocurrió hacer una segunda parte burlándose de Cervantes, y lo critican sin piedad.
Con este juego de espejos, entre la realidad y la ficción, Cervantes está siendo típicamente pirandelliano, es decir, establece el encuentro entre el autor y sus personajes.
En ese sentido, la percepción más interesante sobre la doble personalidad de don Quijote se la debemos a Américo Castro. El notable historiador español, tan vapuleado por Borges, cree que don Quijote es un personaje pirandelliano avant la lettre:
Como quedó asentado antes, en la segunda parte de la novela don Quijote y Sancho discuten sobre un libro que anda circulando por ahí titulado El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha y se quejan de su autor.
No sólo asistimos a la conversión de la criatura en personaje sino al diálogo entre personajes ficticios y su creador, tema crucial en la obra del siciliano, Seis personajes en busca de autor. En 1605 Cervantes era pirandelliano, tres siglos antes de que Pirandello existiera y expusiera su visión de los seres humanos, muy acordes con el modo de ser de la gente de su pueblo, Agrigento, en Sicilia.
Y, para rizar el rizo, para volver a jugar, cuando el Quijote y Sancho llegan a Barcelona les da por visitar una imprenta en la que se está imprimiendo una novela. Y ese libro que está en prensa es la novela en la que ambos viven como personajes: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.
Entre la realidad y la quimera, el Quijote reclama para sí una existencia a la vez real e imaginaria. Y el poder no lo quita el sueño.
Si uno se pone a buscar la palabra mafia en el Quijote no la encuentra y sus referencias al poder son casi inexistentes. Como que a Cervantes no le interesaba mucho el tema. Sólo cuando don Quijote despide a Sancho que se va a gobernar la isla Barataria le desliza algunos consejos sobre el arte de gobernar que en cierto modo son una burla de la nobleza española.
Sancho quiere saber a qué sabe el ser gobernador, “por ser dulcísima cosa mandar y ser obedecido.”
“Nunca te guíes por la ley del encaje, que suele tener mucha cabida con los ignorantes que presumen de agusos.
“Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia que las informaciones del rico.
“No comas ajos ni cebollas, porque no saquen por el olor tu villanería.
“Iréis vestido parte de letrado y parte de capitán, porque en la ínsula que os doy tanto son menester las armas como las letras y las letras, como las armas.
“En lo que toca a cómo has de gobernar tu persona y casa, Sancho, lo primero que te encargo es que seas limpio, y que te cortes las uñas, sin dejarlas crecer, como algunos hacen, a quienes su ignorancia les ha dado a entender que las uñas largas les hermosean las manos, como si aquel excremento y añadidura que se dejan de cortar fuesen uña, siendo antes garras de cernícalo lagartijero.”
Después de su experiencia en los páramos del poder, en los que creía que iba a hartarse de viandas, Sancho hace sentir que el gobernar es tedioso. Pero al retirarse impaciente de su reino, sostiene que, haya como haya sido, no se corrompió:
“…cuanto más que saliendo yo desnudo, como salgo, no es menester otra señal para dar a entender que he gobernado como un ángel”.

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