Post coitum omne animal triste. -Anónimo, latín postclásico

Tuesday, February 14, 2006

Interesante como un crimen

En contraste con la novela policiaca tradicional que plantea un enigma y expone su resolución, la novela de ambiente judicial que escribió Georges Simenon —en sus serie del comisario Maigret— se propone más bien la creación de una atmósfera, un contexto del cual habrá de desprenderse el esclarecimiento del crimen.
“No procede ni por deducciones ni por golpes de teatro: su método consiste en suscitar lentamente atmósferas impregnadas de turbiedad, de sentimientos confusos, hasta que, nacida de esta física comunión, una intuición le revela la verdad”, dice René Lalou.
El placer intelectual que comporta despejar la incógnita del intríngulis —un asesinato, un robo, una persona desaparecida— se discierne en la tradición inglesa de la novela enigma, pero nadie ignora que el género detectivesco tuvo su invención en un cuento de Edgar Allan Poe hacia 1841, “Los crímenes de la calle Morgue”, de los que al final resulta autor un orangután y en el que comparece por primera vez en la literatura la figura del detective, el caballero Auguste Dupin.
El caso de Simenon, como el de la novela negra norteamericana, es distinto.
A cien años de su nacimiento (nació en Lieja, Bélgica, el 13 de febrero de 1903), Georges Simenon escribió más de doscientas novelas publicadas con su propio nombre y se le han dedicado varios homenajes, como el que le acaba de hacer la revista Magazine littéraire y el que tuvo lugar aquí, en el palacio de Bellas Artes, el miércoles 17 de septiembre con la participación de Paco Ignacio Taibo II y César Güemes.
Antes del verano la editorial Gallimard, en su prestigiosa Biblioteca de La Pléiade, puso en las librerías dos gruesos volúmenes de sus Novelas y, además, le dedicó el Album Simenon conmemorativo del año 2003. En una colección que recoge las obras completas de los clásicos, a Marcel Proust y a Jean-Paul Sartre, en pocos meses las obras de Simenon se han establecido como las más vendidas.
El crítico español Rafael Conte se refiere a lo asombrosamente prolífico que fue el inventor de Maigret. Dice que fue un novelista a veces correcto, bastante hábil, pero que nunca fue un gran escritor. Simenon escribía muchas veces por necesidad alimentaria, pero también —conservando el gancho de la novela policiaca, que no permite la deserción del lector— se esmeró en escribir unas ciento novelas “serias”.
Era natural, por lo demás, que entre tantas novelas —que a veces escribía de un sentón, de horas o de días, encerrado— redondeara no pocas que ya están pasando a la historia, como La habitación azul, El hombre que miraba pasar los trenes, Los vecinos de enfrente, entre las no estrictamente policiales. Pero quizá una de las más notables es Las memorias de Maigret, en la que se da un encuentro pirandelliano entre el personaje Maigret y su creador Simenon.
Ya se sabe que Maigret no es un detective privado, como suelen serlo los protagonistas de la novela negra. Es un representante del Estado, un miembro destacado y brillante de la policía judicial parisiense, y la verosimilitud de su personaje —impensable en México— tal vez haya funcionado muy bien en Francia por el tipo de relación que tienen los lectores —los ciudadanos— con las instituciones que averiguan y administran la justicia.
Maigret, por otra parte, es un personaje, no un tipo, más real, más humano, más vivo, desde que apareció por primera vez en 1930, en Pedro el letón. Es un ser de carne y hueso, vive con su mujer en las inmediaciones de la Place des Vosges, se lamenta a veces de no haber tenido hijos, está haciendo carrera como trabajador al servicio del Estado, está a punto de jubilarse, le gusta el tabaco negro y la cerveza clara, le alegra la vida el apetito de mediodía y el paso demorado por los restaurantes. Tiene sus dudas. No deduce ni es tan técnico como los investigadores de Conan Doyle o de Agatha Christie. Más bien trabaja ensimismado y su alter ego, el escritor Simenon, lo induce a ir creando un ambiente.
Hay un momento en Las memorias de Maigret en que llega a desdoblarse, "asumir una doble existencia: personaje real que polemiza con el autor del personaje fantástico, afirmando su propia realidad y sus propios derechos en cuanto personaje real”, dice Leonardo Sciascia en “Breve historia de la novela policiaca”, ensayo incluido en Crucigrama, publicado por el Fondo de Cultura Económica aquí en México en 1990.
Cuando Maigret, el personaje, se le aparece a Simenon, el escritor, le dice que con la ayuda de recortes de periódicos le gustaría establecer una cronología “de los principales casos de que me he ocupado”.
A Simenon no le parece mala la idea, pero Maigret le adelanta que sus libros podrían corregirse.
“Sólo, mi querido Maigret, que tendrá que ser usted el que haga le trabajo porque yo nunca he tenido el valor de releerme.”
El diálogo entre el autor y el personaje, antes que en Seis personajes en busca de autor, de Pirandello, ya se encuentra en 1615, en la segunda parte del Quijote. Sancho y don Quijote hablan de Cervantes y comentan —no sin ironía— cómo fueron recogidas sus aventuras en el primer volumen.
Al inspector Maigret las novelas de Simenon le parecen “inexactas”. Simenon le revira: “Yo lo he convertido a usted en alguien más real que usted mismo”. Y le suelta la paradoja de que las verdades fabricadas resultan más verdaderas que las verdades desnudas:
“La verdad nunca parece verdadera. No me refiero sólo a la pintura o a la literatura. Cuéntele usted cualquier cosa a alguien. Si no la arregla, les parecerá siempre a todos increíble y artificial. Arréglela usted y parecerá más auténtica que la verdad misma.”
De esas sutilezas también fue capaz el novelista Georges Simenon.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home