Post coitum omne animal triste. -Anónimo, latín postclásico

Saturday, February 04, 2006

Nuestras vidas son los ríos

Bañarse en el mar es de lo más purificante porque todos los ríos sagrados confluyen en el mar. No es otro el espíritu que flota en la mayoría de las novelas que nos ha brindado el boom hindú de los últimos años, desde Un buen partido, de Vikram Seth, hasta El dios de las pequeñas cosas, de Arundhati Roy, y, sobre todo, Sutra del río, de la señora Gita Mehta.
“Al nadar, el río iluminado por la luna la resbalaba por los brazos y parecía como si llevara mangas de plata”, escribe Arundhati Roy. Y es tal la abundancia de ríos en cualquiera de las novelas hindúes que uno se queda con la impresión de que son los verdaderos personajes, los ríos. Protagonista también es el río o el manantial subterráneo, el “objeto de mis meditaciones”, en Sutra del río: “El río, adorado como la hija del dios Siva, es uno de nuestros lugares de peregrinación más sagrados. Durante los viajes por la zona había despertado aún más mi interés el descubrir que el intento de suicidio, un delito, con frecuencia no es considerado como tal si el delincuente intenta matarse en las aguas del Narmanda.”
El río Narmanda, el que neutraliza la mordedura de las serpientes.
Piensa uno en el Suchiate, el Usumacinta, el Yaqui, el Fuerte, el Bravo cargado de cadáveres, el Grijalva que atraviesa Villahermosa, el Papaloalan (río de las mariposas), y su infinita anchura que trae a Tlacotalpan los rastrojos y los leños muertos de la sierra poblana. Piensa uno en la historia militar de los ríos, del Ebro, del Ródano que parte en dos la ciudad de Lyon, el Amarillo, el Volga y el Vístula.
Piensa uno en el río Mayo. Viene el río y viene la hilera de pueblos: Macoyahui, Conicarit, Camoa, Siquisiva, Tesia, Pueblo Viejo, Navojoa, Cohuirimpo, Tetanchopo, Citavaro, Las Parras, Etchoropo. Hacia el norte, los oasis. Ríos cargados de agua. El río Altar nace en la sierra de los Alisos. Vergeles. La sierra fría. Calles paralelas al río. Arribería y abajeria: el Átil, Tubutama, el río de la Concepción, El Sáric. El río San Miguel que brota en Cucurpe y se escabulle en la aletargada canícula de agosto. El carácter de contraste de estas tierras, dice Ignacio Almada, hace que los ríos sean grandes protagonistas: las crecientes dejan huellas imborrables en el paisaje y en la memoria colectiva de los lugareños.
Piensa uno también en algún poeta andaluz que rememora el Guadalquivir, o en otro trovador que canta al Tajo y cuyas palabras se desprenden de Toledo y se alejan hasta desparramarse en las evocaciones de Fernando Pessoa en tierras lusitanas.
Habría que conversar algún día en un programa de radio —que no permite ver las caras ni los ríos— sobre el Soto La marina, el Pánuco, el Tuxpan, el Cazones, el Tecolutla y el Nautla, porque los ríos convocan todos los saberes: la reflexión del ingeniero, del antropólogo, del militar, del novelista. ¿Qué diría Sergio Pitol sobre el Vístula o el río Congo o el río de La locura de Almáyer?
Si la península de Baja California carece de ríos —salvo en el valle de Mexicali, que tiene su Nilo: el Colorado—, el resto hidrográfico del país permite entender de sobra por qué los ríos podrían ser objeto de mesas redondas, conferencias, reportajes, cortometrajes. En los ríos confluyen millones de historias, hazañas de la imaginación aventurera y guerrillera, deambulaciones como las de Cortázar viendo las barcazas del Sena, ensoñaciones como las de Mark Twain en el Mississipi. Piénsese tan sólo en el Ganges, en el Jordán, en el Amazonas y el Río de la Plata; en el Danubio de Claudio Magris, en el Orrinoco de Adolfo Castañón.
Por ello mismo suena de lo más natural que en abril próximo se vaya celebrar en Toulouse un coloquio literario sobre ríos. Fabio Rodríguez Amaya, italiano y colombiano, profesor en la Universidad de Bergamo, disertará sobre el Río Grande de la Magdalena, como paisaje real, moral y metafórico en las novelas capitales de la literatura colombiana de la segunda mitad del siglo XX: El general en su laberinto y El amor en los tiempos de cólera, de Gabriel García Márquez, La otra raya del tigre, de Pedro Gómez Valderrama; La última escala del Tramp-Steamer, de Álvaro Mutis; y La ceniza del libertador, de Fernando Cruz-Kronfly.
Fabio Rodríguez Amaya se propone demostrar la hipótesis de que, siendo el río Magdalena arteria obligatoria desde los primeros asentamientos humanos en el continente desde la época peleolítica, se convierte en objeto y materia literaria con valencias evocativas, poéticas, emblemáticas, simbólicas, legendarias y míticas.
En fin, para Juan Rulfo el Grijalva es un río idiota: “Miles de metros antes de su desembocadura, ya cuando viene por lo planito y puede echarse a descansar para siempre en el Golfo de México, le entra lo loco y se desborda hacia todos lados como cualquier animal matrero que no quiere enderezar camino.”
“El canijo río parece perder de pronto la memoria, se olvida que ha venido noche tras día, por semanas, perforando la montaña, las rocas, encajando con violencia los duros brazos en la selva a fin de encontrar una cuna donde aliviar sus trabajos. […] La forma estúpida como se comporta aquí, ante la desembocadura del delta, es como para torcerle el pescuezo a este río y a cualquiera que hiciera algo parecido. Eso de que tamaño caudal y tantísima fuerza se detengan para irse chiflando por allí a fabricar pantanos, es lo que me revienta. Sí señor.”

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