Post coitum omne animal triste. -Anónimo, latín postclásico

Tuesday, February 14, 2006

Viento y locura

Con la locura se suele asociar el viento, pero también con la libertad y el paso de la historia.
1. En ciertos pueblos, como en Cadaqués (Cataluña), se dice que los cadaqueños son un poco raros, pero que esto tiene una explicación meteorológica: que la tramontana —el viento que baja de los Pirineos— deja a la gente de la región un poco tocata y fuga.
Aparte del siroco que sofoca de tanto en tanto a los sicilianos —un viento seco y polvoso que sube del Sahara—, se sabe del viento desquiciante que de cuando en cuando cae por el norte de California, tal y como lo pinta Raymond Chandler en uno de sus cuentos, “Viento rojo”:
“Aquella noche soplaba viento del desierto. Era uno de esos vientos de Santa Ana, tórridos y secos, que bajan por los puertos de la montaña, te revuelven el pelo, te ponen los nervios de punta y la carne, de gallina. En noches así las juergas colectivas acaban siempre en peleas. Y las esposas dóciles palpan el filo del cuchillo y observan detenidamente el cuello del marido.”
Fernando Jordán, a quien el viento deprimía, en una de sus crónicas de 1949 sobre la Baja California anotaba: “Los vientos amenazan la estabilidad de las casas y del campamento. Durante horas arrancan crujidos a los muros y los techos de madera, se cuelan silbando por las rendijas y azotan las ventanas que vibran como temblorosas de miedo. Y en esa serenata eterna ¿qué puede un hombre pensar?
“¿Qué nervios pueden mantenerse incólumnes contra los aullidos en el espacio y los quejidos de la marejada? ¿Cuánta y qué clase de resistencia física y moral se imponen para vencer el paso abrumador de las nubes, el llanto húmedo de la neblina y los gemidos constantes de los vientos?”
Por algo lo decía Jordán: desde principios de siglo hay al menos un registro de esta circunstancia meteorológica bajacaliforniana. Al escribir sobre los monzones, el geógrafo francés León Diguet decía en 1912:
“La acción de este viento sobre le vegetación es excesivamente desecante; las hojas de los árboles que resisten a los ardores del sol se secan pronto a su contacto; en el organismo humano influye también de una manera notable; ataca principalmente el sistema nervioso, causándole irritaciones y congestiones”.

2. Pero el viento también puede ser una imagen poética. Véase si no el caso de la joven escritora rusa Iveta Gerasimchuk, de apenas veinte años, que acaba de ganar el concurso de ensayo al que invitaron la ciudad de Weimar (Alemania) y la revista Lettre International.
El título del concurso era “Liberar el futuro del pasado. Liberar el pasado del futuro” y compitieron 2,481 originales en las seis lenguas de la ONU: inglés, francés, chino, español, árabe y ruso. El jurado se reunió varias veces, durante un año, en Nueva York, París, Moscú, Beirut, Amann, Berlín, Hainan y México. Nadie imaginaba que de los 43 finalistas la ganadora sería una muchacha rusa de veinte años que se impuso sobre catedráticos, filósofos y ensayistas consagrados.
Hermann Tertsch, corresponsal de El País en Weimar, nos cuenta que la idea del Premio Internacional de Ensayo era tratar de reflexionar sobre la presencia del pasado y de la historia en la vida de las sociedades y en sus proyectos de futuro:
“Desde la Comisión para la Verdad y la Justicia de Sudáfrica hasta el juicio para la extradición de Pinochet, desde la publicación de los papeles de los servicios secretos de Alemania Oriental a la revisión del papel de la sociedad francesa durante la ocupación nazi, ningún debate intelectual ha hecho correr tanta tinta en la década que ahora termina como la discusión sobre el pasado y sus implicaciones en el futuro.”
La joven ensayista, estudiante en el Instituto de Relaciones Internacionales de Moscú, imaginó un “Diccionario de los vientos” (que será publicado en México por Letras Libres) en el que aventura una brillante propuesta poética para discernir los enfrentamientos entre las fuerzas del pasado y del futuro en la sociedad contemporánea.
Escrito en forma de diccionario, su trabajo explica varios términos (algunos inventados), y describe el choque entre los anemófilos (adoradores del viento) y los cronistas (adoradores del pasado).
De los casi 2,500 ensayos concursantes, sólo 205 fueron en español, y ninguno quedó entre los diez primeros. Los organizadores estimaron que la relación de participantes refleja la dificultad de los autores del Tercer Mundo para tener acceso a la información. Se presentaron 600 trabajos en inglés (la lengua del imperio) y otros tantos en alemán. En chino fueron 37.
“Diccionario de los vientos” refrenda, pues, que en el género que puso en circulación Michel de Montaigne entre 1533 y 1592 lo importante es una metáfora, un enlace de orden poético que sintetice y refunde la idea rectora, como fue evidentemente el caso de El laberinto de la soledad, de Octavio Paz.

Postscriptum: Sergio Pitol me dice que el rey Lear, de Shakespeare, muere contra el viento. Adolfo Castañón me recuerda el poema “Vientos”, de Saint John Perse.
¡Ah, sí, muy fuertes vientos sobre las caras de los vivos!
Mientras que Edgar Valencia, desde Xalapa, me envía este párrafo de Gaston Bachelard:
“Podría decirse que el viento furioso es el símbolo de la cólera pura, de la cólera sin objeto, sin pretexto. Los grandes escritores de la tempestad, como Joseph Conrad (Tifón, su novela corta) han amado este aspecto; la tempestad sin preparación, la tragedia física sin causa. Poco a poco el clisé ha gastado la imagen: se habla de la furia de los elementos sin vivir su energía elemental. El bosque y el mar transtornados por la tempestad sobrecargan a veces la imagen dinámica simple del huracán. Con el aire violento podemos captar la furia elemental. El viento, en su exceso, es la cólera que está en todos lados y en ninguna parte, que nace y renace de sí misma, que gira y se vuelca. El viento amenaza y ulula, pero sólo toma forma cuando encuentra polvo: visible, se convierte en una triste miseria.”
En fin, habría que pensar también en el papel del viento en un cuento como “Luvina”, de Juan Rulfo, que antecede la atmósfera recreada en la Comala de Pedro Páramo. En San Juan Luvina —nombre que Rulfo toma de un pueblo oaxaqueño— el viento es, en muchos sentidos, personaje.

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